domingo, julio 04, 2010

De como empecé a beber kalimotxo

En cuanto a relación fraternal se refiere, las franjas de edad han sido bastante significantes en mi vida. Así pues hasta los 15 años la relación que tenia con mi hermano Alex se resumía en unos mejores amigos que ni siquiera se daban cuenta de ello por lo natural que resultaba todo.

Empezar con un párrafo pastel en el cual realzo la amistad con mi hermano en días que cuesta más verle que a Obama, resulta bastante arriesgado pero responde a una lógica que va en mayúsculas.

LOS JUEGOS

La mayoría de mis amigos buscan en el horizonte abrazándose a los hombros, los momentos en los que descubrían las llaves ocultas en el Monkey Island, o lo difícil que era conseguir ese cromo de Prosinecki en el álbum de la liga 94 - 95. Mis mejores recuerdos, en cambio, consisten en distintos deportes adaptados al tamaño de una modesta casa. Entre ellos estaban:

EL BALONCESTO

Antiguamente mis hermanos y yo compartíamos una habitación entre tres. En esta había una litera que se plegaba de forma que quedaba escondida tras la forma de un armario empotrado. Encima de dicha litera, estaba el cajón donde se guardaban las almohadas. Una vez abiertas las puertas del cajón y quitando las almohadas de dentro, esta se convertía en la canasta que todo niño podría desear.
¿Quién necesita una canasta en el patio trasero encima de la puerta del garaje?
¡Nosotros teníamos un cajón de almohadas y una pelota de tenis!

A continuación una foto ilustrativa de nuestras tardes de alegría y pandereta.



Antes de que vuestra imaginación se os dispare aclarar que de pequeño mi piel era tan bronceada que parecía negro.


LA TANDA DE PENALTIES

Tanto este juego como el siguiente, solíamos frecuentarlos sobre todo en casa de nuestra abuela y es que, debido a la ausencia de actividad infantil en esta salvo las vacaciones en las que íbamos nosotros, una tele (y digo una porque efectivamente, sólo había una y estaba siempre ocupada) era todo lo que un niño podía pedirle a esa casa para pasarlo bien.

Exprimiendo nuestra imaginación y con la experiencia de que el mobiliario que te rodea puede convertirse en trepidante si lo intentas, encontramos algo que teniendo en cuenta el precendente del baloncesto, no haberlo encontrado antes era casi un insulto: Un montón de cojines y un sofá.

La tanda de penalties era de balonmano y consistía en, una vez despejado el sofá de ropa y otros cojines, coger uno de ellos y lanzar penaltis desde lo más lejos que se pudiera al simpático soniquete de "De uno.... (tiro!) uno, de dos... (tiro!)!" y así hasta cinco.

A continuación una foto de mi familia tras mi última victoria.



El juego tuvo que acabar tras tres o cuatro veces en que los concursantes casi pierden un ojo por el impacto de la cremallera del cojín con este.


SALTO DE ALTURA


Descartados los penalties debido a su riesgo, decidimos animarnos con un deporte más adecuado a una casa familiar: El salto de altura.

De nuevo en casa de mi abuela y de nuevo sacándole posibilidades a un sofá con cojines. Y es que dicho sofá a parte de tener los pequeños cojines que hacían las veces de pelota, tenía tres más grandes que se colocaban detrás para apoyar la espalda o, en su versión no coñazo, para ponerlos al filo del sofá a que hicieran las veces de listón. ¿Qué no os hacéis una idea de lo que os hablo?



Nuestro juego se acabó cuando, tras volver a casa de mi abuela después de un duro (mentira) año escolar, decidimos volver a jugar con la mala fortuna de que las personas crecen. Yo en concreto lo hice bastante en ese año, tanto como para tirar de un cabezazo toda la estantería que había encima del sofá y trás ello, además, caer encima del listón tirando todos los cojines.


Tras este desafortunado incidente bajé a la calle, miré al horizonte agarrado al hombro de mi hermano, me rasqué la cabeza varias veces y fué entonces, y solo entonces, cuando decidí empezar a beber kalimotxo.