lunes, febrero 18, 2008

Momentos

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Recuerdo un capítulo del Principe de Bel-Air en el que un imberbe Carlton tenía un especial interés por afeitarse por primera vez ante la oposición del tío Phil que aseguraba que aun no era necesario ya que aun tenía un solo pelo en la cara. Tras mucho insistir Carlton finalmente convenció a su padre para que le dejara una maquinilla.

- Ahhh! qué bien, mi cara ha quedado como el culito de un bebé

- Eso es porque tu maquinilla no tenía cuchilla


De una forma inevitable algo asi me pasa con las canciones, ¿que las afeito sin cuchilla? No. Sin quererlo hay un cierto prejuicio tanto para bien como para mal, y si un grupo que me encanta saca un nuevo disco seré menos exigente que una canción de un grupo al que le tengo asco o incluso al que no conozco.

Debido al tipo de trabajo en el que estoy en el cual tengo que escuchar distintas canciones de distintos grupos sin ningun tipo de relación entre ellos y entonces catalogarlas, esta barrera se viene abajo y de repente me sorprendo a mi mismo escuchando en más de una ocasión una canción que se supone que a un hardcoreta de pelo en pecho como yo no le debería gustar.

El ejemplo:



Hay una de esas memes con las que uno echa en la rato que me gustó especialmente, y consistía en poner un nombre de una canción a un momento determinado de tu rutina diaria. Si hoy volviera a hacer ese test sin duda alguna elegiría esta canción para despertarme. Encontrar algo que haga que salir de la cama a las ocho de la mañana sea más llevadero es algo que tengo que agradecer a las Pipettes.

Y si para despertarme eligiría esa, para justo antes de dormir elegiría esta otra:



Asi que eso, me voy a dormir.

viernes, febrero 15, 2008

Sevilla 2/2

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¿De qué Sevilla hablamos? ¿De la Sevilla de grandes avenidas, o la de los barrios obreros? ¿De la Sevilla tecnológica de la Expo, o de la que sufre el paro y la droga? ¿De la Sevilla aparentemente alegre, vibrante, joven, o de la Sevilla marginada,secretamente melancólica, escondida tras los trinos de pájaros enjaulados?

Lo que cose todas esas Sevillas es una palabra, un concepto que hilvana todo hasta el corazón de este laberinto tortuoso. Una palabra nebulosa, inconstante, pero precisa y dócil a la vez que sirve de referencia para muchas cosas. Esa palabra es… Arte.



De la última vez que anduve por el centro de Sevilla a este fin de semana pasaron dos personas. Una era un niño del que sus padres llevaban de la mano y lo único que quería era llegar al sitio donde le llevaban para sentarse, ver la tele y con suerte beberse un batido. Y a no ser que estuviera rodeado de videojuegos, tías en pelotas, o videojuegos de tías en pelotas, todo lo que alrededor hubiera pasaría desapercibido. Este fin de semana hubo otro yo con unos ojos más observadores, cual guiri palurdo que quiere aprovechar al máximo el tiempo que este allí y así poder llegar a su casa y decir lo bonito que fue todo aunque en realidad fuera un truño.

Lo cierto es que no lo fue. Me encantó Sevilla:


Centro Ciudad.



Puente de Triana.



Plaza De España



Esto no me acuerdo que era, pero me gustó como quedó la foto.


Carriles bicis por los que veías a familias enteras ir de un lado a otro de la ciudad, el criticado tranvía por lo inútil que se dice que es y por el contraste chungo que puede dar al lado de las iglesias, o los cientos de guiris que caminaban en manga corta (la manga corta nos delataba) me hacían tener la agradable sensación que aquella ciudad formaba parte de Europa pero sin dejar a un lado las raíces y costumbres tan características que hacen de Sevilla una ciudad especial.

Y cuando hablo de raíces, hablo de esto:


Viva el mundo. Viva el pescaito.


De vuelta a Madrid recordaba y me alegraba al darme cuenta de que era yo uno de esos locos que se reía solo andando por la calle.

Especial dedicación de estos posts a toda la familia a la que ví y que me trataron de forma increíble sin excepciones, y a mi amigo Juani que se encargó de hacer de el fin de semana algo más mítico aún.

lunes, febrero 11, 2008

Sevilla 1/2

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Una día cualquiera una especie de conciencia del futuro, sin disfraz de angel o demonio, aparecía encima de uno de mis hombros haciéndome esta pregunta:


¿Recuerdas aquel día que llegaste de trabajar, te sentaste en la silla, te conectaste a Internet, viste alguna serie y luego te fuiste a dormir?

La respuesta era un rotundo y evidente no.

Esta semana pasada se presentaba como una semana desahogada en la que me podría permitir algo de descanso ante la coincidencia de ausencia de entrenamiento y clases. Trabajar de 9 a 1 sería todo lo que me tendría ocupado en principio, pero entonces apareció esa conciencia con esa pregunta, y me hizo pensar. Pensé en que ante una semana libre descansar podría estar bien, sí, pero más interesante sería coger una ruta b, desviarme del camino marcado, dejar a la evidencia a un lado y salir a la calle a buscar historias, a cazar recuerdos. Vencer mi propia apatía sería el mayor obstáculo y es que, como dirían los Madball, tu peor enemigo, eres tú mismo.

Pasear por Madrid sólo o acompañado ocupaba mi tiempo. Llegaba el jueves y satisfecho de como habia ido transcurriendo la semana se acercaba un fin de semana sin más retos que el saber cuantos capítulos de series sería capaz de ver. Esa sensación la sentía por dentro con una especie de nudo raro en el estómago. Haciendo caso al impulso que había tenido unos días antes, compré entonces un billete de autobús de ida y vuelta con destino Sevilla. Reencuentros e historias que contar estaban garantizados independientemente de cómo me lo fuera a pasar. Hacía clic en “comprar billete” y a la vez notaba la mano de esa conciencia del futuro dándome en el hombro y asintiendo con la cabeza, como diciendo: bien hecho, Curro, bieeeen hecho.

Llegó el viernes a las cinco de la tarde y me fuí. Seis horas de autobús y en mi cabeza el pensamiento de por qué en los autobuses tienen la necesidad de poner siempre películas malas. La conclusión a la que llegué tras horas de darle vueltas fue que los conductores piensan en esa gente que, al no traer los auriculares, se plantee el suicidio al ver que la oportunidad de ver la película que tanto tiempo llevaba queriendo ver se había ido a la mierda por culpa de un trozo de plástico con esponjitas.

Y llegaba a Sevilla. La última vez que estuve allí fue de paso y estuve como media hora en casa de mis tíos. Ya hacía de eso casi cuatro años. Antes de eso habían pasado otros cuatro años desde que no me pasaba y eso a pesar de la familia que tengo allí y que en el dorso de mi DNI ponga que esa ciudad fue la que me vio nacer.

A partes iguales me acojonaba la lluvia de recuerdos que cada cierto tiempo me venía a la cabeza y los reencuentros con la familia que no veía desde hacía cuatro u ocho años. Y como las palabras se me quedan cortas pues me apoyo con documentos gráficos para explicar:


La calle Levante está en Reina Mercedes y es donde vivía mi abuela y donde siguen viviendo mis tíos y mi prima. Andando por Reina Mercedes mi hermano Alex y yo siempre nos gastábamos la paga de 200 pesetas semanales en una tarde jugando en las recreativas.



Mis primeras pesadillas de niño tenían como protagonista el hueco de estas escaleras y una caída lenta y agobiante que acababan en un brusco despertar momentos antes de estrellarme contra el suelo. A tres pasos de él se encontraba el que fuera ascensor más antiguo de la ciudad, pero ya lo habían cambiado. Toda una decepción.



El Benito o "Er Beni". Tres vienas, dos bollos y un mollete. Comprar el pan en Benito era un clasico que me saltó a la cabeza tan de repente que me llevo las manos primero a la cabeza y después al bolsillo para sacar la cámara y hacerle una foto.




Rias Gallegas. O el primer sitio donde comprobé que las personas humanas son capaces de comer caracoles absorbiendolos de su cascara y llevandolo de un tiento hasta casi el esófago. Con cierta edad eso da entre miedo y curiosidad.


Mañana sigo.

miércoles, febrero 06, 2008

Guardameta

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Hace poco terminé de leerme un libro el cual era la segunda obra de un escritor que ya me encandiló en su primer intento. Mi conclusión al acabarlo fue la misma que tuve con el anterior y que vino a ser una sensación de: realmente me importa una mierda de qué vaya la historia. En este libro el final (que no era brillante) no importaba, sentía curiosidad por ver como cerraba el argumento, por ver si dejaba cabos sueltos… pero se quedaba en eso, en curiosidad. Disfrutaba con el durante sin tener que acabar para hacer un balance de lo bien que me lo había pasado leyendo aquello.La forma de contextualizar, los diálogos, la fuerza de los personajes, esas cosas eran las que me hacían parar de leer durante un instante para ver la foto en el dorso del libro y así ponerle cara al puto genio que había escrito lo que tenía entre mis manos.

Con mi cabeza aún en el libro me pregunté que diría la gente en Internet sobre él. Leí una de las primeras críticas escogidas al azar de un tío que al parecer era guionista y que sabía de lo que hablaba. Con argumentos y de forma bien redactada, se iba cagando en la puta madre del escritor por haberle hecho perder el tiempo de una forma tan escandalosa con semejante bodrio. La crítica era buena, de verdad, muy buena, el tío hablaba de conjugaciones mal formuladas y cosas del estilo, de hecho me atrevería a decir que si hubiera leído la crítica antes de leerme el libro, lo hubiera leído con unos ojos mucho más sangrantes.

Y con una especie de cargo de conciencia por tener una opinión tan distinta, me puse a pensar en que fallaba, y entonces me acordé cuando en una clase de inglés en primero de bachillerato, escuché decir a una chica con un palestino y una camiseta del Che, lo mucho que odiaba las películas de humor absurdo. Me hizo levantar una ceja primero y llevarme las manos a la cabeza después cuando se animó a ejemplos de películas: Si tío, hablo de películas como Ace Ventura, Dos Tontos Muy Tontos, Espía Como Puedas...

Mierda puta, esto era algo así como lo mismo pero enfocado de otra forma. Encontrar la magia en ver las cosas desde un prisma mucho más vanal y sencillo, sin tener que pensar el por qué de esto o aquello. Simplemente ver que pasa y no hacerse preguntas, esperar a que las cosas vayan ocurriendo y sonreir sin pedir explicaciones.

O sentarse en un banco en plaza de España con una lata de cerveza y simplemente mirar alrededor.