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Abro la nevera con hambre sin saber que coger esperando aclararme con algún resto rápido que no necesite ser cocinado. Veo una botella de horchata. Cuando hay horchata en la nevera, no existe lugar a la duda, echo un tiento mientras sigo rebuscando alguna idea: lechugas, paquetes de salchichas, verduras, botes de distintas salsas...
Desisto mientras le doy el que debe ser el cuarto tiento a la botella de horchata. Suelto la botella, cierro la nevera y vuelvo a mi habitación con un buen sabor de boca pero con el estómago vacío.
Vuelvo a abrir la nevera diez minutos más tarde. Repito exáctamente el mismo procedimiento.
Pasan dos horas, he sacado a mi perro y vuelvo a casa con el estómago tan exigente que hasta me veo capaz de hacerme un bocadillo. Abro la nevera. Me encuentro un bol lleno de gambas.
- ¡¡¡SI!!!
Veo entonces la botella de horchata. La miro. Miro el bol de gambas. Cojo una que amenaza con soltar mucho jugo cuando le quite la cabeza. La suelto. Cojo la botella y la agito en el aire comprobando que, inexplicablemente, le debe quedar aún más de la mitad. Suelto la botella. Cierro la nevera.
Abro la nevera y le pego otro tiento a la botella de horchata. La paladeo mientras miro las gambas. Le doy otro trago, un tercero. Un cuarto. Suelto la botella.
- Me tenía que duchar de todas formas. Me ducho, me lavo los dientes y ya estaré dispuesto a comerme cuatro o cinco de estas.
Cierro la nevera.
Cenando gambas en la cocina le comento a mi madre que se ha acabado la horchata. Pero aún no está todo perdido...
Abro la nevera con hambre sin saber que coger esperando aclararme con algún resto rápido que no necesite ser cocinado. Veo una botella de horchata. Cuando hay horchata en la nevera, no existe lugar a la duda, echo un tiento mientras sigo rebuscando alguna idea: lechugas, paquetes de salchichas, verduras, botes de distintas salsas...
Desisto mientras le doy el que debe ser el cuarto tiento a la botella de horchata. Suelto la botella, cierro la nevera y vuelvo a mi habitación con un buen sabor de boca pero con el estómago vacío.
Vuelvo a abrir la nevera diez minutos más tarde. Repito exáctamente el mismo procedimiento.
Pasan dos horas, he sacado a mi perro y vuelvo a casa con el estómago tan exigente que hasta me veo capaz de hacerme un bocadillo. Abro la nevera. Me encuentro un bol lleno de gambas.
- ¡¡¡SI!!!
Veo entonces la botella de horchata. La miro. Miro el bol de gambas. Cojo una que amenaza con soltar mucho jugo cuando le quite la cabeza. La suelto. Cojo la botella y la agito en el aire comprobando que, inexplicablemente, le debe quedar aún más de la mitad. Suelto la botella. Cierro la nevera.
Abro la nevera y le pego otro tiento a la botella de horchata. La paladeo mientras miro las gambas. Le doy otro trago, un tercero. Un cuarto. Suelto la botella.
- Me tenía que duchar de todas formas. Me ducho, me lavo los dientes y ya estaré dispuesto a comerme cuatro o cinco de estas.
Cierro la nevera.
Cenando gambas en la cocina le comento a mi madre que se ha acabado la horchata. Pero aún no está todo perdido...