miércoles, octubre 29, 2008

Uvedoble Te Efe

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Imagina un ceño fruncido, unas mejillas arrugadas, una facción comprimida. Imagina que consigues empatizar tanto con algo que lees, que lo sientes más real que si te pasara de verdad. Imagina que, yendo en el metro, ves la cara de un tío con barba al que le sobra mucha pierna en el asiento, levantar la mirada del libro que leía para arrugar la cara al máximo y lanzar un suspiro de dolor al techo:

En los años cincuenta, una de las marcas más importantes de aspiradoras probó una pequeña mejora en su diseño. Añadió una helice, unas aspas afiladas como cuchillas acopladas a unos cuantos centímetros en el interior de una manguera de la aspiradora. El aire al entrar hacía girar la hélice y la cuchilla cortaba todas las hilachas, cordeles o pelos de animales domésticos que pudieran obturar la manguera.
Al menos ese era el plan.
Lo que pasó es que muchos de estos hombres acabaron en la sala de urgencia del hospital con la polla destrozada.


Y levantando la mirada del libro, arrugé la cara al máximo y lanzé un grito de dolor al techo.

Al menos ese era el mito.


Y seguí leyendo ese libro que me atrapó desde la primera página. Uno de esos libros que me hacían atender no a las paradas que quedaban para llegar, sino a las paradas que quedaban para dejar de leer. "Asfixia" de Chuck Palahnuik, recomendadísimo.

Un asiento libre a mi lado hacía preguntarme quien se sentaría allí. La respuesta llegó pronto cuando una obesa con gabardina que se caricaturizaba a sí misma, se acercaba a camara lenta y se sentaba a mi lado desbordando uno de sus enormes muslos encima del mío por el cual dejaría de correr la sangre en pocos segundos.
Llevaba en sus manos una bolsa de patatas fritas artesanales dentro de una bolsa de plástico que a su vez iban dentro de una bolsa de cartón. Masticaba con la boca abierta; lo sabía el que estaba enfrente suyo, lo sabía yo y lo sabía hasta el conductor del metro. Sus dedos se volvían brillantes por momentos por la grasa de las patatas, y relamérselos no hacía más que volverlos más y más brillantes. Unas seis paradas después y con mi pierna engangrenada, no había sino leído dos párrafos. La capacidad de atención cuando oyes el crujir de unas patatas fritas a pocos centímetros de tu cara, las cuales provienen de unos dedos grasientos, los cuales provienen de una pierna que te aplasta, se dividen entre... yo que sé, entre mucho.

Entonces se levantaba respirando fuerte, otra vez a cámara lenta, y haciéndome suspirar salía por la puerta entrando en su lugar una rubia de uno ochenta que llamó la atención de todo el vagón y que, contagiada por la cámara lenta de la obesa que acababa de salir, agitaba el pelo contra el viento haciendo de aquella escena un... Ah no, ah no, ah no, perdón! En lugar de la obesa entro otra obesa, mucho más obesa.
La camara lenta, eso sí, seguía ahí impasible para el destinatario del asiento que iba a estar a mi lado.

Tranquila, tranquila. Ya no queda nada - le decía a mi pierna agitándola y dándole puñetazos para que despertara.

Y como si coger un sitio fuera la última cosa que iba a hacer antes de morir - casi la podías sentir buscando un asiento incluso olfateando en el aire - vino corriendo hacia el asiento contiguo balanceando sus enormes tetas y restregando su culo contra mi cara para coger el periódico gratuito que había en el suelo. Todo a cámara lenta. Si las piernas pudieran llorar la mía se habría ahogado en lágrimas.

Callao.

Llegué casi a la pata coja habiendo leído poco, o mejor dicho, habiendo leído muchas veces los mismos párrafos sin alcanzar a atender que cojones decían.

Llego a Moncloa y cojo un autobús que alcanzo corriendo alégrandome por saber que mi pierna se había recuperado del incidente del metro. Me siento en uno de asientos de minusválidos y pienso que al menos en ese asiento, mis piernas no sufrirían otra asfixia ya que el asiendo de al lado estaba a una distancia relativamente lejana.

De puta madre - pensaba mientras estiraba las piernas y casi con ganas de ponerme las manos en la nuca mientras lo hacía.

Entonces, en el aire, lo volví a sentir. Se palpaba. Oh mierda, otra vez élla: la puta cámara lenta.
Las puertas se habían casi cerrado cuando se volvieron a abrir para dejar paso a un hombre que había llegado a duras penas, corriendo con un paraguas en la mano y gritando: ESPEREEE, ESPEREEEE.

Su peso debía rondar los 150 kilos.

Una gota de sudor cayó por mi frente y el corazón me latía como si acabara de correr la clásica de Alcobendas. Miré a mi alrededor y, efectivamente, no había más sitios que aquel que estaba a mi lado.
Mis piernas temblaban. El hombre se acercaba con el autobús aun parado.
Llevaba una camisa de cuadros metida por dentro de su pantalón marrón que sobrepasaba de largo su ombligo y, en mi cabeza, tenía la sensación de que había olvidado en su casa un cinturón hecho exclusivamente con un cordel desilachado color marrón claro.

Ya en linea con el asiento de mi lado y notando en sí mismo la inestabilidad más absoluta, arrancó el autobús. O lo que en inglés lo expresaría como un:
You have to be kidding me!

150 kilos de persona humana caían encima de mis dos piernas y esta vez las que tenían ganas de llorar no eran ellas, sino yo en todo mi ser y en todas mis circunstancias.

- Perdona - dijo
- Nn... nnnna, NADA - respondí

Después tres clases y un camión de donantes de sangre al que accedí antes de irme a casa. Ya sabes (CODAZO CODAZO) - Por el boggaata y la goagola, Jujujuju.

Mi sufrimiento acaba en casa cuando de un tirón arranco el trozo de esparadrapo que el enfermero ha tenido a bien ponerme alrededor del brazo, dejándome de esta forma una simpática marca de no pelo en donde antes había pegamento.

- No es mucho esparadrapo?
- Bueeeeeeno, Buéeehjjjjjjggggg! Esto con un poco de agua caliente ni lo notas.


Qué hijo de puta.

martes, octubre 21, 2008

Qué-te-cuentas

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Llego acelerado al cuarto de baño de la facultad. Paso de largo sin mirarme en ese espejo de dos metros de ancho y, de los doce meaderos, elijo el de siempre. Un día leí en uno de ellos escrito con Edding: AQUÍ SOLO MEA MARIO. Tantos años entre esas paredes y jamás había empatizado tanto con nadie.

Polla en mano y con la frente sujetando las baldosas de la pared, resoplé. Por sueño, por asco, por ambas cosas. Resoplé haciendo una pedorreta que sonó bastante.

Si ni siquiera me apetecía hacer las cosas que me gustaban, ir a clase me parecía una idea horrible. Pensaba en ello mientras meaba. En qué cojones le pasaba a mi estómago para hacerse un nudo cada vez que apoyaba la cabeza en la almohada. En dinero - en su escasez en concreto- En por qué tenía esa sensación de que todo lo que no es la ostia, es una mierda. No hay término medio y ya de paso también, y con la polla aun en mi mano y las rayas de la pared marcándose en mi frente, recordaba como al salir del metro de Moncloa, una chica atractiva con un chaleco verde y una carpeta en su mano, hacía la diagonal necesaria para alcanzarme a pesar de llevar en mis orejas unos cascos más grandes que mi propio discman. Eso es: MUY GRANDES. Sin oirle lo más mínimo y siguiendo mi camino le lancé una amable sonrisa mientras negaba con la cabeza. Not enough me temo y es que, a pesar de ello, la chica seguía diciéndome yo qué sé qué cósa. Y mientras seguía andando me pregunté si su insistencia se debía a algo personal asi que dejé entrever uno de mis oídos:

- Perdona, ¿qué?
- ¿¿¿CONOCES INTERMON???
- Ahh emmm. No, no, lo sie...


Y sin terminar de disculparme como una muletilla mas que otra cosa, una voz al otro lado gritaba:

- Uohhhhh!! Uooooh!!

Por el lado de la música, escuchaba a una china gritarme cuando sentía que debajo de mis pies, estaba desmontando un chiringuito de calcetines a pisotones. Agitado y moviendo la cabeza nervioso dije:

- Lo siento - a la china
- No gracias - a la chica
- Me cago en mi vida - a mi mismo

En un segundo estás sumergido en la música andando por cualquier sitio y dos segundos más tarde una chica con un chaleco verde te persigue preguntándote si conoces no se que pollas, una china al otro lado te grita algo que oyes a duras penas y en tus pies tienes una manta enredada con un puñado de calcetines desperdigados.

Volviendo a lo que me traía entre manos, me sacudí, pulse el botón plateado con fuerza y volví a clase con una cruz roja marcada en mi piel y pensando que era viernes y que, en principio, no me importaba una mierda que así fuera.

domingo, octubre 12, 2008

Take the night off

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Me lavo los dientes con fuerza delante del espejo, escupo la pasta que iba llenando mis mofletes y descubro que quizá la fuerza ha sido excesiva al ver el contraste del blanco de la pasta con el rojo de una mancha de sangre. Me enjuago, hago gargaras y escupo volviendo a ver un rastro de sangre esta vez más débil y difuminado con un tono amarillo baboso. Le lanzo la sonrisa más fea jamás imaginada al espejo para descubrir donde he hecho la herida. Pura curiosidad me temo y es que, en un momento de lucidez pienso que echar mercromina a la encía no es la mejor de la ideas. Mercromina... oh joder. Jugar a las chapas, hacer gamberradas, subirle la falda a las niñas en el colegio. Llevar mercromina parece restringido a la población infantil que se ha hecho una herida en la rodilla jugando al futbol y que, por supuesto, ha hecho un agujero del tamaño de un Mickey Mouse celeste estampado en el más feo de los parches del mercadillo, en su pantalón de chándal.

Vaya con los dientes de abajo si los tengo descolocaos. Gondios.- le decía al espejo mientras me miraba Rey esperando ansioso sabiendo que es lo que tocaba.

Es medianoche y me encuentro sacando a Rey cerca de mi casa. No llueve pero en el aire, entre la niebla, se notan unas pequeñas gotas de humedad. De una forma extraña por el sitio en el que me encuentro, huele a una leña mojada que hace lo posible por intentar arder. Si el frío fuera un olor, sería ese. Miro a Rey y pienso que se la suda si hace frío, calor, nieve o lluvía de penes que vuelan. Él sigue oliendo sus plantas como si fuera la última cosa que va a hacer en el mundo. Y ahí me encuentro yo, con las manos en los bolsillos, mirando a mi perro envidiándole como me ocurre a veces, cuando le veo flexionar las patas traseras.

Hijo puta - digo mientras cojo una bolsa negra que tengo en el bolsillo.

Se aparta mi perro de su generoso regalo de forma pausada, me agacho a recogerlo y entonces, a dos pasos de allí, le veo flexionar las patas traseras.

Hiiiiiijo de puuuuta - digo mientras le hago el nudo a la primera bolsa negra de la que cuelga una generosa mierda de labrador.

Conozco a mi perro y se que estas cosas pueden pasar, así pues, antes de sacarle de casa siempre echo mano a un puñado de bolsas negras por lo que pueda ocurrir y que, cojones, a veces ocurre. Era esa una de aquellas veces. Termina la labor y abro una segunda bolsa para recoger otro de sus greatest hits. Cambio la primera bolsa de mano compartiendo espacio con la correa que sujeta a Rey, recogiendo con la segunda bolsa, la segunda mierda. En mi cabeza suena la cabalgata de las valquirias de Wagner. No es que me sienta un héroe, es que lo soy.

Es entonces cuando al levantarme y tras el crujir de una de mis rodillas, veo al fondo en el cielo, una luna llena grande como hacía tiempo que no lo había visto. Miro a la luna embobado como pensando en mil cosas y en ninguna a la vez.


Puoooooggggg


Un bofetada de descomposición me inunda hasta el pecho haciendo que me lloren los ojos y sacándome de una forma repentina y nada sutil, de aquel momento de gloria en el que me encontraba quizás pensando en una aparato con casco y olor a aliento, quizás haciéndolo en un viaje a algun pequeño pueblo de Islandia de dificil pronunciación o quizás pensando en como alguien llamado Ramón, en algún lugar del mundo en ese momento, está metiéndole sus 27 centimetros de mandoble cubano a una joven rubia de plástico y es pagado por ello, mientras yo sostengo dos mierdas que acabo de recoger del suelo por las que no voy a recibir ni un gracias. Fuera lo que fuera, y de una manera un tanto rara, estaba en la gloria más profunda.

Entonces, me limité a tirar las dos bolsas a la basura y respirar profundamente queriendo volver a oler el frío como si no hubiera pasado nada.

Es Sábado por la noche, estoy en casa y llueve de cojones.

miércoles, octubre 08, 2008

DANDRiUFFn

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A veces, cuando veo de refilón la rueda de prensa de algún jugador de fútbol por la tele, hago apuestas conmigo mismo para ver cuanto tardará en soltar algún tópico de futbolista de los cojones. Lo cierto es que rara es la vez que me da tiempo a poner el contador, antes de que el propio futbolista suelte una lindeza:

- No bueno, lo importante no son mis diecisiete goles, lo importante es que nos hemos llevado los tres puntos
- No bueno, no me importa haber marcado diecisiete goles, ya que no nos hemos conseguido llevar los tres puntos.
- No bueno, lo importante no es que haya parado diecisete penaltis, lo importante es que...
- El 8 a 1 al Barça es pasado, ahora tenemos que pensar en el siguiente partido contra el Gimnastic.
- Los arbitros son humanos y tienen derecho a equivocarse.
- El arbitro nos ha jodido.


Y con la música pasa igual. Hay tópicos, uno en concreto que, en la mayoría de las ocasiones, no me ha parecido mas que una excusa para que dejes los cuartos en el concierto ya que el disco en concreto, no vale una mierda.

Bueno, este grupo cuando de verdad es bueno es en directo.

Y me sorprendo a mi mismo pensando eso mismo de Caspian, grupo al que he tenido la suerte de ver esta noche.



Y como expectativa tenía un disco al que ya le había prestado bastante atención y que, aunque bueno, no destacaba en exceso. Asi pues, con antecedentes de haber visto a otros grupos del género subidos encima de un escenario y tocando como si estuvieran sedados hasta las orejas, el concierto no hacia mas que crearme un gran escepticismo. POLLA GORDA PA MI.

Salían al escenario un grupo que por las pintas parecían más de grindcore que de post rock. Tres guitarristas, un bajista y un bateria (sin timbales), eran más que suficiente para llenar el escenario de Ritmo y Compás como si estuvieran tocando allí cuatro grupos al mismo tiempo. Y de repente, me veía con una cerveza en la mano durante canciones enteras sin animarme a beber porque me olvidaba que estaba allí el mini, movía la cabeza sin poder evitarlo, como queriendo de esta forma estar presente en cada una de sus canciones. Me preguntaba: ¿Cómo es posible que esta gente esté tocando en un Ritmo y Compás medio vacío, en lugar de hacerlo en el Palacio de los Deportes a reventar?. Pelos de punta. Y si las notas de música que allí sonaban fueran una persona, me la follaría encima del escenario mientras sigue sonando esa misma canción...

Entonces, con mi cabeza a mil por hora pensando en todo eso, acaban de tocar una canción, y van y lo sueltan:

Gracias.


He.

¿¿GRACIAS??

¡Gracias a tí!. Joder... si tengo ganas de abrazarte!. Es como si me la chuparan y acto seguido me lo agradecieran.

En fin, que qué jodido conciertazo, que asi da gusto gastarse el dinero y que me voy a dormir que ya va siendo hora.

viernes, octubre 03, 2008

Curro es mariquita

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Llego a casa a la una y media, muy cansado, con el culo como un tablero de ajedrez y las primeras palabras que oigo son las siguientes de mi, sacada de la cama con cara de sueño, hermana:

- Mañana te tienes que levantar a las ocho para sacar a Rey.
- Noooo, noooo...
- Yo trabajo, Alejandro tambíén. Tienes que hacerlo.
- Noooo, noooo... - pienso. Pffffffffjjj - digo.

Miriam, joooodeeeer, que somos hermanos, que somos mellizos, ME-LLI-ZOS. Mi mundo se derrumbaba. Un escupitajo verde al ojo me hubiera sentado mejor.

Las ocho de la mañana y suena el despertador. Y lo apago.

Y me cago en dios.

El plan estaba claro, sacar a Rey alarmándome lo menos posible. Moviéndome poco. Asi pues, con la misma camiseta del pijama, los pantalones del día anterior, sin calcetines y con los ojos semicerrados intencionadamente detrás de las gafas, paseaba a Rey mientras se comía el cesped y jugaba con otra perra sin que de mi boca fuera capaz de salir el mínimo reproche.

Volví entonces a dormir y lo conseguí tras quince minutos de nerviosismo en la cama.

Día siguiente, mismo plan, distinto desenlace. Tras un rato largo dando vueltas en la cama sin conseguir volver a dormir y desvelándome por minutos, decidí tumbarme en el sofá del salón a ver si algún canal de la tele me amodorraba. No encuentro el mando y dejo lo que estaba por no levantarme a buscarlo. Es Telemadrid y Ely del Valle está acabando una entrevista con Jose María Fidalgo - hombre de voz grave y campechana-. Tras hacerlo, se despide con una frase: Buenos días y aprovechenlo, que no ha hecho más que comenzar.
Ely del Valle me hacía meditar.
Dos horas y media después estaba poniéndome las zapatillas de baloncesto para irme a correr al parque de las Naciones.



Si me buscas en Google te saldrá
Usted quiso decir: Ley del valle.


Bueno, vale, no solo fue ella el mérito. El remordimiento por no mover un músculo desde hace meses y empezar a ponerme más fanegas de lo debido también estabá ahí.

Sin bolsillo en mis pantalones cortos, ni tampoco en la camiseta, no me quedaba otra que llevarme una sudadera. Necesitaba llevar algo con lo que medir el tiempo que llevaba corriendo, a falta de cronómetros en la muñeca el móvil era el elegido. Y ya está? No joder, las llaves.

Tras diez minutos andando llegaba al parque de las naciones donde ya podría hacer el paripé. Dos pasos y me di cuenta que las llaves no podían ir en los bolsillos. Suficiente iba a tener con mi respiración de perro para encima llevar un árbol de Navidad en mi sudadera. No quedaba otra que llevarlas en la mano. Bien.

Siempre he sentido un gran respeto por la gente que hace footing. En Londres los veía por todos lados y, de verdad, les admiraba. Era algo así como: Tío, estás corriendo sin un motivo evidente como perder el autobús o que te esté cayendo un cahaparrón de cojones, sin que nadie te obligue... ¡lo haces por tu salud!. Es como si comer verdura cansara.

Y ahí estaba yo, dando las primeras zancadas, admirándome y alentándome en como el ritmo que llevaba no solo me hacía adelantar a los jubilados que habían salido a pasear esa mañana, sino también algunos jubilados que habían salido a correr esa mañana. No podía evitar aumentar un poco el ritmo cuando me cruzaba con algún otro corredor como diciendo: eh! que no voy tan lento como creías!, mientras le miraba de arriba abajo para ver donde cojones había guardado él las llaves. Y entonces tras un rato largo corriendo sin rumbo y con mi respiración empezando a acelerarse, miré a mi crono con la esperanza de llevar cerca de... ¿15 minutos?



CUATRO MINUTOS.

¿¿¿Cómo??? Ostia puta. Vale, calma. Aun no estás cansado, simplemente estabas testeando que tal ibas. ¿Decepción? Bueeno, mientras lo meditas sigue pasando el tiempo. DESPACIO, pero sigue pasando. Y mira ese viejete... seguro que lleva tres cuartos de hora corriendo. Y mira ese otro, seguro que lleva mas de dos horas dándole con la vara al olivo para coger alguna aceituna. ¿Es que vas a ser tu menos?.

Y con el espiritú de un entrenador de baloncesto de high school metido en mis venas, aumentaba el ritmo mientras notaba como se me caían los mocos, caía en la cuenta de que no había estirado un puto músculo antes de empezar y sentía como el puño cerrado que guardaba las llaves se iban fusionando con estas a través de un sudor oxidado del que ni mil duchas me iban a liberar jamás.

Y habiendo llegando al final del parque y ya volviendo, me di cuenta que las consecuencias de haber corrido sin un rumbo fijo se estaban pagando. Me había perdido. No sabía como cojones llegar a la salida, seguía corriendo al lado de un campo de golf, cagándome en la puta, en Ely del Valle y en el pijerio de los golfistas que, oh!, por no cansarse, recorren el campo en un cochecito.

No puedo más, no puedo más... no puedo m...
y me paraba. Miré el cronometro marcaba 25 minutos. Andando fue más facil orientarme y encontrar la salida fue cuestión de segundos. Mientras lo hacía podía notar los dedos apuntándome de los corredores que pasaban al lado mía, de los ciclistas y también de los obreros y los golfistas. Había perdido la partida, pero joder... LA HABÍA JUGADO.

Llegando a casa arrastrando los pies como hacía tiempo, me quité la camiseta y tiré ese trapo mojado al cesto de la ropa sucia contento por hacerlo porque apestara a sudor, y no a humo de tabaco que ni siquiera era mio.

Gracias Ely. Mañana repito.

miércoles, octubre 01, 2008

Who is it?

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Hay vacíos en la memoria. Sitios en los que la información que llega, se pierde sin que nos de tiempo a encontrar un papel para apuntarlo y dejarlo así plasmado. En ese sitio está el número en el que una y mil veces me han comentado que el peso ideal de una persona es ¿? centímetros de diferencia entre los centimetros de tu estatura y los kilos de tu peso. Y si ha caído en ese vacío es, sin lugar a dudas, porque me importa una polla. No así una teoría propia que he creado a lo largo del tiempo y que me permite saber la hora a la que no es una completa absurdez intentar conciliar el sueño. Esto es:

La hora a la que es accesible conciliar el sueño es, como mínimo, a partir de las doce horas que lleve despierto ¿antes? No estoy más que haciendo tiempo a oscuras, lo cual a veces busco.

Escribiendo este post se cumplirán algo más de esas doce horas. Hago tiempo escribiendo en lugar de hacerlo comiendo techo ya que, además, algo tiene estas horas para escribir. La luz del flexo iluminando las teclas es más íntima, las canciones que suenan son más personales, y hasta el traqueteo del sonido de los dedos contra el teclado tiene su cosa. No sé muy bien el motivo de que esto me parezca así. Lo cierto es que me importa otra polla.

Tras nueve horas de autobús parando en Sevilla para mear y estirar la espalda, llegamos por fín a Matalascañas. Dejando la maleta en casa y cogiendo un carrito de la compra al que se le iba cayendo la rueda derecha, fuimos al supermercado a por provisiones: leche, pan, cebolla, ron, pizza, galletas, horchata... Joder, la ilusión que puede llegar a hacer una lista de la compra.

Como un domingo en el que es más recurrente la pregunta de "¿Qué hora crees que es?" en lugar de "Que hora es?" el reloj existía por curiosidad o por saber si nos habremos depertado a tiempo para desayunar viendo Los Simpsons. Y eso es exactamente lo que buscaba. Ese domingo en el que no hacer nada no es algo apático, sino algo apetecible. Muchas horas de sueño, otras tantas de playa, sustituimos a los fantasmas que golpeaban las persianas por los mosquitos que zumbaban alrededor de nuestras orejas. Qué hijos de puta. Como el hombre del tiempo, en serio, nada como no hacerle caso para saber que tiempo haría al día siguiente. Lo que sea, nos hizo buen tiempo, ostia puta, nos bañamos!

Los días se repetían como un día de la Marmota versión española. La playa vacía, las tiendas cerradas. Bueno esperate el fin de semana... esto se peta. Jugar a darles las vueltas a las conchas fué divertido. También lo fue hacerlo al parchís. ¿Los Pepes cierran los miércoles? ábreme esa heladería por lo que más quieras. Me podría acostumbrar a aquello.

Como borrón del viaje me dejo sin escribir la historia del cerrajero por darme lástima a mi mismo y por no querer hacer más leña del árbol caído. Solo diré que, si solo hay unas llaves del piso en el que estais cerca de él, nunca, NUNCA, se os ocurra olvidaros las llaves dentro del propio piso. No hace gracia.

Nota: Miguel Angel se convirtió en el nombre del viaje y es que un Miguel Angel con una barriga cervecera como jamás vi, nos abrió la puerta, y otro Miguel Angel con una cara rara de cojones, ganó el "Quieres cenar conmigo?" de esa semana.

Especial dedicación del post a Ana, compañera de fatigas del que escribe y probable fan numero uno del Roco Loco y del pescaíto andaluz. Y olé.