lunes, octubre 01, 2007

Momentos

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Eran las 7 de la mañana cuando llegaba a la estación de Bermondsey. No más de diez minutos la separaban de aquel muelle del Támesis donde me tocaba trabajar esa vez. Hacía un frío horrible, de los peores que recuerdo, por lo que el recorrido fue más rápido de lo previsto debido al ritmo rápido que pillé. Me frotaba las manos, subía la música de mis cascos e incluso maldecía en voz alta y en español el por qué de estar despierto a esa hora, con ese frío y yendo a trabajar.

Llegaba tarde. Me abrió Saba, el húngaro que me guiaba sobre lo que tenía que hacer dentro de las distintas posibilidades que ofrece el verbo limpiar. Pasar la aspiradora por una de las moquetas de uno de los barcos me hizo alegrarme de que me apeteciera empezar a quitarme ropa. Que esa fuera la mejor noticia que había tenido hasta el momento durante el día me hizo preocuparme no sin razón, y es que aquel día iba a ser realmente duro.

Un descanso de una hora, un buen almuerzo y se acababa un descanso que se hizo corto. Tocaba empezar a cargar cajas del almacén a los barcos. La noche asomaba y el ritmo de trabajo se hacía cada vez más rápido por ir con el tiempo cogido con pinzas. Cargábamos cajas de cerveza, quizá cientos de ellas, en un respiro lo dije a Saba lo mucho que me jodía tener que cargar con tantas cervezas y no poder beberme una siquiera, él sonrió y me dijo algo así como, veremos que se puede hacer luego.

Diez horas de trabajo, un tirón en mi antebrazo, un frío gélido convertido en un calor asfixiante. La jornada había acabado y cualquier cosa que no fuera morirme o dormir me parecía una idea horrible hasta que Saba me hizo cambiar de idea.

Daniel, eritreano, Saba y yo, nos dirigíamos a un barco vacío y a semioscuras guiados una vez más por Saba. Entramos al barco, cogió tres cervezas del mini bar y nos salimos los tres al camarote viendo desde ahí un oscuro Támesis y unos iluminados puentes alrededor. Abrimos las cervezas, le di un trago a la mía y mirando a mi alrededor me di cuenta que el madrugón, el frío, el esfuerzo... Londres, todo había merecido la pena. Sin casi decir palabra ninguno de los tres nos acabamos la cerveza, primero Daniel, luego Saba y finalmente yo. Tiramos el casco de la cerveza vacío al río lanzando este lo más lejos posible.

Es raro, creo que lo bueno y a la vez lo malo de este tipo de momentos, es que no se eligen, llegan sin avisar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Luego que si el Támesis está lleno de mierda...

Gran Post.

Anónimo dijo...

Cada casco de cerveza cuenta, Curoo (jeje). Gracias por hacer un blog tan entretenido y genial.

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Turu dijo...

que tiernito...

un beso currillo!