viernes, septiembre 08, 2006

Maldita sea

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Ayer era uno de esos días en los que no es que me apeteciera echarme una siesta, es que la necesitaba. Había dormido tan solo tres horas la noche anterior y tenía esa sensación no de sueño que se te cierran los ojos y tienes legañas, sino ese sueño en el que te duele la cabeza y todo lo que te rodea parece que va más despacio y hace más ruido.

Llegué por fin a casa con ganas de comer rápido e irme pronto a la cama para recuperar la sensación de estar vivo. Cuando estaba comiendo totalmente ausente de todo, de mí mismo incluso, mi madre dijo una frase tan sentenciadora que consiguió hacerme volver a este mundo:

“Acuérdate que esta tarde tienes dentista”


Sin fuerzas siquiera para cagarme en la puta a gritos, la única forma que tuve de reaccionar fue quedándome con el tenedor paralizado a medio camino entre el plato y mi boca abierta. Sin intentar ser muy catastrofista me di cuenta de que aún tenía tiempo de echarme algo más de una hora, a pesar de que mi cuerpo pidiera cuatro o cinco.

Le pedí a mi madre que me despertara a la hora de irme porque ni oiría el despertador cuando este sonará, ni tampoco me apetecía una mierda ponerlo.

Llegó la hora de irme y a pesar de haber dormido hora y media en el reloj, en mi cabeza no habían sido más que diez minutos. Algo más espabilado que por la mañana salí de casa camino al dentista. En ese momento tenía la boca tan seca que parecía que había estado masticando cartón durante horas. Me acordé que la última vez que fui al dentista también iba con la boca en las mismas condiciones, pero la culpa aquella vez era de una asquerosa resaca en vez de una asquerosa siesta. Voy madurando.

Al llegar al portal donde estaba la clínica, me paré enfrente del telefonillo y con el dedo a escasos centímetros del botón pensé “¿Qué cojones digo cuando cojan el telefonillo?”. No sabía si decir mi nombre, o decir a lo que iba. Finalmente pulsé el botón sin una idea fija confiando en que mi capacidad de improvisación me sacara del apuro:

- ¿Si?
- Hola, venía por la revisión.
- Meeeeeeeeek!


Se abre la puerta. Soy un genio.

Al estar la consulta en un bajo pasaron muy pocos segundos entre que abro la puerta y llego hasta la consulta. Al otro lado me espera la recepcionista y me suelta un demoledor:

- No vienes a una revisión, vienes a que te empasten una muela.

A lo que yo respondí:

- Ya bueno, es lo primero que se me ha venido a la cabeza.

Tras esta conflictiva intervención la recepcionista me hace pasar a la sala de espera, que venía a ser una habitación con dos sofás y una mesa con revistas. Como las salas de espera de toda la vida, vaya.

Estaba solo. Nada más sentarme me fijé en un cuadro que había colgado en la pared, en el que se podía ver la orla de la promoción de 1985 de la facultad de medicina y fijándome en las lógicas pintas ochenteras de los alumnos, intenté a contar cuantos de ellos llevaban bigote. Cuando llegué a quince, paré porque me cansé.

Después miré la mesa y pude ver siete “Holas” dos revistas de National Geographic y un comic de Mortadelo y Filemón. Tras sendos intentos fallidos con estos dos últimos cogí un “Hola” confiando en que si así lo hacía, tardarían poco en llegar a buscarme por eso de estar a la altura con la recepcionista de aquella primera impresión. Cuando estaba leyendo algo acerca de Aaron Spelling, la recepcionista me llamó. Era mi turno y el corrector del Word cambió automáticamente en este mismo párrafo de Mortadelo a Mortadela, porque le ha venido en gana.

Yo seguía allí, dormido, con la boca seca, cuando una nueva sorpresa se mostró ante mis ojos:

El que iba a atender no era el dentista, sino LA dentista y estaba buena como ella sola.

La situación era que una tía buena al abrirme la boca vería un agujero negro el cual debería rellenar de una pasta de color indeterminado. Estupendo. Tras una agradable conversación con ella, procedió a anestesiarme la boca y cuando ya tenía esta como si la hubiera metido en una sandwichera, empecé a ver todo lo que hacía ella ya que me veía reflejado en sus gafas.

Uno de los siete instrumentos que tenía dentro de mi boca, era como una especie de tubo por el que no paraba de salir agua, con la cual yo me ahogaba literalmente y cada dos segundos tenía la sensación de que me tragaba dos vasos de agua. Salvar mi vida había sustituido a aquello de salvar la imagen hacía ya un rato.

Una vez acabada la intervención me fui a casa cabizbajo, con la boca anestesiada y sin ganas de dormir.

Moraleja: Las historias de taxistas son bastante más entretenidas.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

hoy en Madrid me ha timado un taxista....
q tiempos estos

Anónimo dijo...

En un momento determinado creia que te lo ibas a montar con la dentista...
La preguntas es... ¿por k no sacastes a currete a pasear?

P.D. Curro, curras? Jo Jo Jo

Curro dijo...

Currete y yo estamos de vacaciones, no nos perturbes, maldito.

Anónimo dijo...

Jo que suerte, una dentista que está buena.

Pd: no habia revistas de coches? Las suele haber en esas salas de espera

Miriam (flxt) dijo...

Hace poco fui a una consulta.
Me abrió la puerta un médico que me recordaba a George Peppard (de joven).
Mi primera reacción fue abrir mucho los ojos como diciendo ¡Jo-der!...tengo que decir que él hizo lo mismo jaja(estoy en forma baby ;) ). Pero no todo iba a ser felicidad. Después de un rato llegó mi madre de aparcar el coche...y va el tio y se pone a tirarle los trastos!!! Yo lo vi primero!!
Ayyyy...
Un saludito curro

moni dijo...

eres genial curro, buen intento... la proxima no abras tanto la boca que ya sabes...en boca cerrada no entran moscas, y SI dentistas tias buenas!
un beso y gracias por tu sms